BYE BYE RAMÍREZ: DIGO YO NOMÁS DIGO [1]

 


Al correr la vida, uno se va haciendo duro como un bolillo de tres días. Mi corazón era una roca, y mi vida un libro abierto que se estaba escribiendo.

-Armando Ramírez


I

Caminamos sobre el Eje Central y llegamos a Garibaldi, a unos metros de la esquina de la Plaza se encuentra el Teatro Burlesque Garibaldi, entramos, ya no recuerdo cuánto costó el boleto, sólo que en la esquina de la entrada había un señor de avanzada edad con un bastón, sentado en una silla recibiendo los boletos, y en una pared una taquilla, en las paredes unos carteles de mujeres en poses sugerentes que anunciaban el espectáculo. Yo nervioso, a mis 17 años no había conocido un Burlesque, fue mi primera y última vez. Adentro había penumbra, de repente una luz alumbró una pasarela roja y empezó la música, apareció una chica en lencería, apenas se movía, los gritos no se hicieron esperar, avanzó sobre la pasarela, se detenía y el público aprovechaba para tocarla y meterle la mano hasta donde alcanzaba, el rostro de ella denotaba fastidio, no sonreía, su mirada era fija hacia la entrada, el animador incitaba al público a gritar, a acercarse, a tocarla, ella se desprendía de su ropa hasta quedar desnuda. Era despedida por el animador y la rechifla de desaprobación del público. Así pasaron 3 chicas más, para amenizar el intermedio un imitador de Cantinflas. Yo me sentía incómodo, fuera de sí en albores de finales de los 90.  Había escuchado que en Cancún había un lugar de ˂˂tolerancia cero˃˃, llamado “El 21”, siempre se mencionaba en la secundaria y siempre había quien hacía alarde de haber asistido, pero todo eso quedó atrás, ese lugar ya no existe y ahora Cancún es una zona de tolerancia total en la que el crimen organizado deambula como Pedro por su casa dejando muertos en cada esquina.

Todo lo anterior pasó cuando yo  iba en la preparatoria, lo recuerdo como si fuera ayer porque viajamos a la Ciudad de México con dirección a Zacatecas para conocer a una novia que tenía por internet, pero esa es otra historia. El país venía de varias décadas de golpes para los de abajo: las décadas de los 60 y 70 llenos de sangre y tensión mundial entre guerras y el impacto creciente de los nuevos movimientos sociales. En México la masacre del 68 y 71, seguidas por una guerra llamada –a modo de pleonasmo- ˂˂Sucia˃˃; persecución de líderes estudiantiles, políticos, sindicalistas y todo aquel que se oponía a papá gobierno. Los 80 con un golpe a la Ciudad más grande del Mundo; “El gran terremoto”, el movimiento Punk que avanzaba a pasos agigantados en las urbes más grandes de nuestro país, y con ello, la creación de varias bandas como Los Panchitos Punk y Los Buk´s; jóvenes que eran la protesta viva que escupía el American Way of Life, mismo que permeaba hasta los lugares más recónditos de nuestro país, dando nacimiento de poco en poco las submetrópolis que abrazarían a los desarropados, a los hambrientos, aquellos a los que la revolución sigue sin hacerles justicia; se iba dibujando lo folck como objeto de estudio de alguno que otro ˂˂antropólogo positivista˃˃, pero a la par, también salían desde las entrañas de la bestia vatos, chavos banda, jóvenes suburbanos que tenían el deseo de plasmar lo vivido, escupir la cara del sistema, denunciar las condiciones infrahumanas a las que el otro México, el México profundo mostrado por Bonfil Batalla, vivía en su quehacer cotidiano. Ahí viajaba la droga, la prostitución, el atraco, la violencia, el agandalle, pero también la resistencia, la solidaridad y la dignidad. El Teatro Burlesque Garibaldi se suspendió en el tiempo, a la fecha está clausurado pero sigue en funcionamiento como giro negro. Quizá ha cambiado, pero la esencia del mismo fue plasmada por Armando Ramírez en el 1er Capítulo del libro Bye bye Tenochtitlán: digo yo nomás digo (1999).


II

El otro México aunque negado la mayoría de las veces por la academia, existe y es en suma, el más grande, el más golpeado y el que más ha aportado a la identidad de nuestra Nación, pero también el más incomprendido y mal interpretado desde ˂˂la academia˃˃, y es que antropólogos y sociólogos teoricistas consideran que en pos de LA CIENCA, pueden interpretar lo que nunca han vivido, así le sucedió a José Agustín con su libro de La Contracultura en México: un pequeño burgués pretendiendo hablar de las entrañas de la bestia a kilómetros de distancia de la misma, presentantando una imagen distorsionada de LO QUE ES. Pero no, la bestia creó a sus detractores, creó con dolor y muerte a quienes plasmarían desde sus entrañas y sin cuentos chinos ni distorsiones, la forma en la que ella se configuraba. En voz de Chin Chin el teporocho (1971), Armando Ramírez le daba la voz a la suburbe, al lumpen proletario que no era digno de mencionarse en los libros de literatura de élite, porque rompían con la estética que el capital quería presentar de las grandes metrópolis, pero era sólo una ilusión, ilusión que escritores como Ramírez fisuraron, dando apertura a una literatura netamente mexicana, con personajes de carne y hueso que abundaban en las esquinas, en las pulquerías, rifándose la vida para sobrevivir en una ciudad de carne y hueso, donde el tiro era necesario para medirse con el verga de la banda, con el macizo, ganarse el respeto y el pan de cada día, taloneando, moviéndose en metro al camello, así, con un lenguaje lleno de simbolismos, de ˂˂magia chilanga˃˃, de doble sentido en la riqueza semántica del albur, sí, todo eso lo podemos leer en la literatura de Ramírez, cronista Urbano, cronista neto, sin pelos en la lengua, porque sabía que maquillar la realidad, era negarla. Antropólogo y sociólogo urbano de facto y sin pedir permiso a universidad alguna para que avalara su actuar, sin recursos del CONACyT chinga quedito y élite de investigadores maquilla todo, periodista de profesión, novelista, narrador y guionista cinematográfico. La literatura de Armando es un espejo de nuestra miseria, de nuestra idiosincrasia, es El Laberinto de la soledad o Aguila o sol de Paz. Armando, sin ser escritor de profesión, narró de una manera inequívoca la contraparte de la ciudad por una sencilla razón: todo lo plasmado, lo vivió.


III

El 10 de julio pasado nos enteramos de que a sus 67 años, el cronista de los invisibles, Armando Ramírez había fallecido, eso fue un golpe duro para la urbe ex/defeña; uno de sus más grandes cronistas oriundo de Tepito nos dejaba, sin embargo, su vasta obra ha dejado precedente en la literatura e historia de nuestro país. Inició su carrera literaria con su libro Chin Chin el Teporocho, con un lenguaje honesto, claro y sin tapujos, nos mostró  que un teporocho, una puta, un ama de casa, una trabajadora doméstica y/o un niño de la calle, siempre tienen algo que decir, y que las locaciones y paisajes de la narrativa clásica se deconstruían en calles mugrosas, con baches, postes orinados y perros callejeros; un metarrealismo acá. Sí, acá. Ramírez fue cofundador del Colectivo Artístico y cultural “Tepito Arte Acá”, llamado así por las siguientes razones que él mismo diría: Tepito como lugar donde se origina, Arte, como base de todo conocimiento de lo moderno y lo universal, y Acá, situación anímica de entrega y de aportación espontánea que surge de lo tradicional, religioso y urbano.

Con más de 15 títulos escritos entre narrativa, crónica, cuento y novela, Ramírez siempre preservó la cultura popular a partir de su lenguaje, sus costumbres y sus imaginarios, sin alteraciones estéticas políticamente correctas, utilizando los espacios que se le tendían como la radio, la prensa, literatura y el cine, compartiendo encuentros e ideas con grandes cineastas de la talla de Ismael Rodríguez y Gabriel Retes, quien llevara en 1975 a la pantalla grande a Chin Chin el Teporocho.  Entre sus publicaciones más destacadas se encuentran:

·      Chin Chin el teporocho (1971).

·      La crónica de los chorrocientos mil días del año del barrio de Tepito (1972).

·      Crónica de los Chorrocientos mil días del barrio de Tepito (1973).

·      Tepito (1983).

·      Quinceañera (1987).

·      Bye bye Tenochtitlán: digo yo no más digo (1992).

·      ¡Pantaletas!: Confesiones sentimentales del estudiante Maciosare, el último de los Mohicanos (2001).

Fue el vato, el ñero, el escuadrón de la muerte encarnado, la puta que lleva al desarropado un desahogo sexual en un teatro revestido de burdel, el grito de una generación que vio parir a la democracia un 2 de octubre, un 10 de junio, un primero de enero de 1994. Él fue armando Ramírez. ¡Hasta siempre!



[1] Texto publicado en la Revista Tropo a la Uña, en junio de 2019, con motivo de la muerte de Armando Ramírez.


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