El taquero

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Texto de José Luis Salgado (el Juglar de Cancún):

Acérquese damita, usted caballero, señor, pásele. Tenemos tacos de primera. Mire usted qué buenos están. Nomás vea la variedad: nana buche, nenepil cuerito. Baje usted del auto y saboree. También tenemos: hígado, riñón, corazón, maciza; agarre una tortillita y pruebe, verá qué ricura. ¿Cuántos le sirvo? ¿Dos? Salen dos de cuerito. Ahí están los rabanitos, pápalo quelite, cebollita. Me huele usted a pachuli, ¿todavía se usa? Tenemos salsa roja, verde, huacamole o le arrimo el habanero, está picadito y bien bravo.

No, mi jefe, pues pulque no tengo. Necesito un permiso especial para venderlo con los tacos y luego, si no lo vendo pronto, se echa a perder, hay que tirarlo y se pierde la poca ganancia. ¿Le doy una agüita de horchata bien fría? Aquí tiene su agua, provechito. Y, hablando de pulque, fíjese usted que a nosotros desde chavitos en el pueblo nos alimentaban con pulque. Como no había nada de comer, un jarrito de pulque era para no traer la panza vacía. Luego muchos familiares, amigos y vecinos es la hora que no pueden dejar la tomadera, otros ya se petatearon.  

¿Cuatro más?  Tenemos de sesos, cachete, paladar, tripita; se la volteo para que le quede doradita, si gusta. Como usted diga, entonces, salen cuatro de surtida. No, mi jefe, cuál trabajo, en el pueblo no hay nada. Ya ve usted que dicen que la industria, que el progreso, que los empleos, pues en el pueblo pusieron de esas empresas y tiendas en cada esquina y, ¿cuál empleo? Los muchachos que fueron a la escuela ahí andan barriendo, chambeando peor que en el campo y les dan repoquito sueldo. Las tienditas del pueblo cerraron. Los productos que ellos siembran, elaboran y ofrecían en el mercadito, casi ya no se venden. 

¿Cuántos empleos se crearon con las empresas que llegaron? Esa fue la razón que me hizo venirme para acá. Y vea usted, junto con eso empeoró la tomadera, se fueron perdiendo las buenas costumbres, ya no respetan a los mayores, ni a sus papás y solo hay perdición. Los jóvenes andan como anestesiados, como idos. 

Tantas mercancías los llenan de deseos y como no pueden comprar lo que desean, se emborrachan, se drogan. Las muchachas venden sus cuerpos pa´ poder comprar sus cosas y, cuando las tienen, son felices un ratito, después arrinconan lo que compraron y, válgame Dios, ora quieren otra cosa, no tienen llenadera ni los muchachos ni los dueños de las ganancias y lo peor: nadie es feliz. 

Disculpe usted, señito, no la escuché. Buenas noches. Tenemos paladar, machitos, espaldilla, costillita, trompita, ojito. La veo triste, pero el corazón se pone contento en cuando está llena la barriga. ¿Le hago unos taquitos? Ya vera, ahorita se alegra. Cuatro de maciza con cuerito, salen. Decía mi tío, que en paz descanse, que en la antigua Grecia había un señor que se llamaba Diógenes, mucho antes de que Jesús naciera, él renunció a todos los valores materiales que tenía: propiedades, rentas, joyas, dinero; fama y poder. Bueno, hasta la ropa, ya que muchas veces se la pasaba desnudo, solo tenía un platito para comer, de cuchara usaba los dedos o algún palito de árbol y tomaba agua con sus manos. Él predicaba la pobreza como virtud y lo practicaba. 

Nosotros vivimos en la pobreza porque nacimos en la pobreza y muchos moriremos en la pobreza y no como virtud sino como la única opción que tenemos. Amanecemos con el Jesús en la boca del qué vamos a comer al rato, los pasajes y útiles escolares de los niños, el abono de la licuadora, tronándonos los dedos y tronándonos las mendigas tripas de hambre. La panza pegada a la espina dorsal; que ya llegó el recibo de la luz, que si el predial. 

Bueno, Diógenes y sus compañeros valoraban la pobreza como una renuncia a lo ostentoso, a lo superfluo, como ejemplo de independencia, pues para ellos no había nada más valioso que el hombre que podía vivir solo con lo justo y necesario. ¿Dos más señito? Sí, claro, de longaniza. Adentro tengo refrescos fríos. ¿Agua de horchata? Sale un agua bien elodia de horchata. Rabanitos, cebollita, pápalo quelite, guacamole, salsa verde, roja y de guajillo están en los platitos. Si desea le acerco el habanero, solo que está bien bravo. ¿Otros cuatro para usted mi estimado? ¡De trompita! ¿Ta´ por llover? Acérquese, aunque no, no creo que llueva. Salen cuatro de trompita. Sí, señorita, está buena la plática. 

Quien crea más arte y más desarrollo económico es quien tiene más, quien más progresa es quien tiene más y los que no tenemos más que nuestro trabajito, pues a ajo y agua. Luego ahí andan los políticos, como ahorita con nuestros impuestos, quesque remodelando y embelleciendo la ciudad, deberían de sembrar hartas mazorcas, quelites y nopales para que primero traguemos y después nos adornemos, porque primero es ser alimentado que ser adornado, el intestino grueso ya se comió al delgado, el cinturón da dos vueltas y ni así queda apretado y me salió el verso sin esfuerzo. 

Salen dos más de maciza con costilla para para la señorita. Sí, señorita, Diógenes demostró que se puede vivir con lo indispensable, pero vivir sin tacos, en México, no es posible. ¿Una sillita? No, jefe. La tradición indica que si vas a los tacos debes comer parado, pateando moscas y espantando perros. La cuenta. Sí claro. ¿Usted se comió…? Y usted señito, ¿fueron…? Sí, ya le doy su cambio. Sí gracias, que tengan buena noche. A usted jovencito, ¿cuántos le sirvo?

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