La Toltecayotl: el arte, los artistas y el sentido del arte en el mundo náhuatl.


Los artistas.
Casi siempre el destino del artista es marcado por el Tonalámatl ─el calendario sagrado─. Los nacidos en la fecha “Uno flor” o “Siete flor” eran elegidos para iniciarse en el oficio del arte. Desde pequeños se les enseñaba a tener un rostro y un corazón firme, es decir una personalidad. Se les forjaba el carácter, desde pequeños, mediante tareas acordes a la edad como: acarrear agua, barrer, traer leña, etc. Se complementaba la formación con amonestaciones éticas que por medio de metáforas se les decían a lo largo de la infancia y juventud, de esta manera iban aprendiendo a forjarse un criterio y un carácter firme. Los alimentos eran racionados, como una forma de controlar los apetitos y buscar la mesura, casi siempre acompañados de ejercicios, como estar fuera del calmecac o de su casa toda la noche de pie bajo las inclemencias del tiempo, buscando el domino de sí mismo. Otra enseñanza eran la retórica, el ayuno y el diálogo con su propio corazón: la meditación. Y no puede quedar fuera el conocimiento del simbolismo contenido en los calendarios, los atributos de los dioses, los colores, etc.

Sus ideales.
La suprema finalidad de su arte: humanizar el querer de la gente.

La figura del tlahcuilo, pintor, era de máxima importancia dentro de la cultura náhuatl. Él era quien pintaba los códices y los murales. Conocía las diversas formas de escritura náhuatl, así como todos los símbolos de la mitología y la tradición. Era dueño del simbolismo, capaz de ser expresado por la tinta negra y roja. Antes de pintar, debía haber aprendido a dialogar con su propio corazón. Debía convertirse en un yoltéotl, corazón endiosado, en el que
había entrado todo el simbolismo y la fuerza creadora de la religión, cosmología y filosofía náhuatl. Teniendo a Dios en su corazón, trataría entonces de trasmitir el simbolismo de la divinidad a las pinturas, los códices y los murales. Y, para lograr esto, debía conocer mejor que nadie, como si fuera un tolteca, los colores de todas las flores.
Podrá verse entonces al artista náhuatl, heredero de la gran tradición tolteca, al predestinado en función del Tonalámatl, convertido en un ser que dialoga con su propio corazón, Moyolnonotzani, que rumia, por así decirlo, los viejos mitos, las tradiciones, las grandes doctrinas de su religión y filosofía. Dialogando con su corazón, podrá atraer al fin sobre sí mismo la divina inspiración. Se convertirá entonces en un yoltéotl, corazón endiosado, que equivale a decir visionario, (que provoca en la mente imágenes o estímulos que se perciben como reales sin que tengan existencia verdadera) anhelante de comunicar a las cosas la inspiración recibida. Podrá ser el papel de amate de los códices, el lienzo de un muro, la piedra, los metales preciosos, las plumas o el barro.

El proceso psicológico que ha precedido a la creación artística
logrará entonces su culminación: Humanizar el querer de la gente

El artista, yoltéotl, corazón endiosado, se esfuerza y se angustia por introducir a la divinidad en las cosas. Al fin, como se ha visto en los textos, llega a ser un Tlayolteuhuiani, aquel que introduce el simbolismo de la divinidad en las cosas. Enseñando a mentir; no ya sólo al barro, sino también a la piedra, al oro y a todas las cosas. Crea, entonces, enjambres de símbolos, incorpora al mundo de lo que no tiene alma la metáfora de la flor y el canto, y permite que la gente del pueblo, los macehuales, viendo y “leyendo” en las piedras, en los murales y en todas sus obras de arte esos enjambres de símbolos, encuentren la inspiración y el sentido de sus vidas aquí en tlalticpac, sobre la tierra. Tal es quizás el meollo de esa concepción náhuatl del arte, humana y de posibles consecuencias de validez universal.
 
Para concluir, puede apuntarse siquiera otra idea: conocer el alma del artista y el sentido del arte en el mundo náhuatl no es algo estático y muerto. Puede constituir una verdadera lección de sorprendente novedad dentro del pensamiento estético contemporáneo. En la concepción náhuatl del arte hay atisbos e ideas de una profundidad apenas sospechada. Recuérdese solamente que para los sabios nahuas la única manera de decir palabras verdaderas en la tierra era encontrando la flor y el canto de las cosas, o sea, el simbolismo que se expresa por el arte.

Más importante era la meditación, dirigida a buscar el verdadero sentido del hombre y del mundo. Hacerse dueño de lo negro y lo rojo, las tintas que daban forma a los símbolos y pinturas de los códices. El descubrimiento de un sentido y misión del hombre en la tierra siguiendo el pensamiento de Quetzalcóatl: participar en la creación de la Toltecayotl, el conjunto de las artes de los toltecas, imitando así la actividad del dios dual, hasta encontrar en lo que hoy llamamos arte, un primer sentido para la existencia del hombre en la tierra.

La convicción de que para encontrar una raíz más profunda es menester superar la misma Toltecayotl, en busca de Tlillan Tlapalan, la región del color negro y rojo, el mundo de la sabiduría. La idea, transformada en símbolo y mito, de que es necesario trasponer, gracias a la meditación que busca el saber, la realidad presente en la que todo es como un plumaje de quetzal que se desgarra, hechura de Ometeotl, que nace en Tlalticpac para aprender a desarrollar una cara y fortalecer su corazón; que tiene que actuar en este mundo de ensueño, hecho verdad por “hallarse en la mano” del Dueño del cerca y del junto; y que tiene frente a sí el enigma del más allá: de lo que nos sobrepasa, la región de los muertos.

El hombre es un sujeto creador de un sistema educativo que capacita a los nuevos seres humanos para cumplir su destino. En las escuelas Calmecac y Telpochcalli, se hacen sabios los rostros ajenos y se humaniza el corazón de la gente. Y esto siempre en función de una norma de conducta ético-jurídica, la Huehuetlamanitiliztli (la antigua regla de vida), que lleva a buscar “lo conveniente, lo recto en sí mismo”, para lo cual ayuda conocer el pasado histórico rico en enseñanzas de tipo moral y de toda índole, así como el más profundo sentido humano de su arte. De este modo, por la educación, la moral, el derecho, la historia y el arte —creaciones del hombre— es como trataron los Tlamatinime de guiar su acción sobre la tierra, lugar de ensueño, que se mueve de aquí para allá como una canica, en la palma de la mano de Ometeotl.



Referencias:
La Toltecayotl, por Demetrio Sodi M.
La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, por Miguel León Portilla
Estudios de cultura náhuatl, por Ángel María Garibay K, Miguel León Portilla, Alfredo López Austin.

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