I.
El siglo de las luces vino a generar un nuevo paradigma de interpretación de la realidad, el positivismo se ubicaba como una doctrina filosófica que se adjudicaba el monopolio del conocimiento científico. Había llegado un cambio en la historia, y con él una nueva interpretación de la realidad. La dinámica del conocimiento objetivo giraba en torno al método hipotético/deductivo y sus cualidades: Verificación, cuantificación, fiabilidad, objetividad entre otras. Caía así -o al menos eso pretendían los positivistas-, el pensamiento primitivo del conocimiento humano. La época del oscurantismo llegaba a su fin, y el orden y progreso se erguían como promesa. La cultura se partía en 2, por un lado, la sistematización científica dotaba de especialización a las denominadas bellas artes: cine, teatro, danza y literatura, por el otro, se generaba una marginación de las primeras manifestaciones artístico/populares, aquellas que rompían con una racionalidad técnica y se desarrollaban con el puro conocimiento empírico/intuitivo. El nacimiento de 2 clases sociales antagónicas: burgueses y proletarios, no sólo polarizaban a los sectores sociales con base en la posición que ocupaban en la estructura económico/productiva, sino que también el consumo cultural era un factor de división social.
Uno de los autores que postula cómo el consumo cultural era un factor importante en la posición que las personas ocupaban en la estructura social fue Pierre Bourdieu (1996, 2003). Para dicho autor, el consumo cultural determinaba la posición que los sujetos ocupaban en la estructura económica, a la par que era un instrumento de distinción y reproducción social que se generaba e imponía mediante una violencia simbólica, y en donde la institución encargada de dicha tarea era la escuela. Así, para nuestro autor, el estatus quo era generado de una forma arbitraria a partir de la implementación de modelos educativos dirigidos a la generación de proletarios y burgueses. De lo anterior se entiende que la producción cultural en las altas esferas sociales tenía un carácter más refinado y elitista.
II.
En la década de los 60 y en albores de la guerra fría, el mundo estaba de cabeza, la sociedad mundial empezaba a reclamar para sí el destino de su vida reivindicando su subjetividad y su derecho a ser. El movimiento hippie, la filosofía existencialista/humanista de Sartre, el rock, la psicodelia, los movimientos independentistas en África, la guerra de Vietnam, el bum de la literatura beating, los golpes de estado en América Latina entre otras cosas, ponían de manifiesto la inconsistencia de la utopía empírico/racional del pensamiento ilustrado, levantando la bandera de una sociedad distópica. Ni la ciencia ni la alta cultura habían emancipado al hombre, ni lo habían llevado al orden ni al progreso, habían polarizado más a los sectores sociales. Ante el escenario anterior se alzaba como una bandera la cultura popular y folk, y la alta cultura era ahora consumida por cualquiera que así lo deseara. Las secuelas de una sociedad moderna fallida se transfiguraban en nuevas formas de hacer y entender la cultura, así, la alta cultura y la cultura popular y/o folk se mimetizaban en una cultura de masas que caía en las redes de un capitalismo más voraz que veía en todo elemento –incluso procreativo–, un producto de compra/vente, dando forma a lo que Bauman (2013) denomina la cultura liquida:
en ella, la cultura al igual que el resto del mundo experimentado por los consumidores, se manifiesta como un depósito de bienes concebidos para el consumo, todos ellos en competencia por la tensión insoportablemente fugaz y distraída de los potenciales clientes, empeñándose en captar esa atención más allá del pestañeo (19).
El artista en esta época líquida –según Bauman–, hace uso de su libertad de compra/venta, crea pensando en la generación de un producto consumible, y lo hace rompiendo las fronteras de la polaridad social que antes generaba el consumo cultural. La alta cultura y la cultura popular y folk, ya no son sólo instrumentos de polarización social en tanto estatus quo como afirmaba Bourdieu, sino insumos que pueden ser colocados en las palestras de la oferta y la demanda. La condición de la modernidad líquida le ha arrebatado a la estructura político/económica el monopolio de la alta creación, y la ha depositado en el artista como responsable directo de su carácter creativo/productivo mediante una identidad flexible y versatil. Así, la música de Mozart puede escucharse en un taxi, y los tigres del norte pueden ser dignos de estudiarse en una cátedra de sociología de la cultura en EUA. Aun así, basta aclarar que ni la cultura ha sido del todo un instrumento de reproducción social a lo largo de la historia como afirmaba Bourdieu, ni es en la actualidad un mera mercancía que vuelve al artista un mercader con libertad de vender y venderse como afirma Bauman. Lo que ellos no ven, o al menos no mencionan, es un tercer caso: el creador como sujeto histórico libre –tanto social como colectivo–, y la cultura como una manifestación de la expresión más acabada del mismo.
Ni dioses ni cesares, simplemente humanos.
Referencias:
- Bauma, Zygmunt (2013). La cultura en el mundo de la modernidad líquida. México: FCE.
- Bourdieu, Pierre; Passeron, Jean-Claude (19997). La reproducción.” Elementos para una teoría del sistema de enseñanza aprendizaje”. México: S.XXI.
- Bourdieu, Pierre; Passeron, Jean-Claude (2003). Los herederos. “Los estudiantes y la cultura”. México: S.XXI.
* Texto publicado en la Revista literaria TROPO A LA UÑA.
1 Comentarios
De los pocos escritores que viven, respiran y radican en a ciudad de Cancún, ahora que realizamos el estudio en cuanto a gestión cultural de la zona sur, ha sido el único exponente, de su trabajo que orgullosamente podemos rescatar de sus palabras para ejemplos de la materia. Muchas gracias por su aportación.
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