Soliloquio bodhisattva de una punky citadina


Ya. Ya lo sabemos. Vivimos en una era posmoderna en donde todo lo sólido se desvanece en el aire, los símbolos cambian, perdemos esencia. El capitalismo nos agota, nos drena, y perdemos el enfoque. Lo sabemos. Lo leemos a cada rato en las publicaciones de redes sociales que irónicamente intentan recordarnos como debemos conectar con nuestra esencia; así que no es, ni remotamente necesario, nos abracemos a esta idea inmaterial, superficial y ante todo, pretenciosa, de iluminada espiritualidad.

No me mal entiendan. Considero que todo mundo tiene el derecho de creer lo que se le venga en gana; pero como un miembro fálico, lo que no está bien, es que intentes meterlo a la fuerza a otra gente.

Centrémonos en el punto. Actualmente pasamos por una etapa en donde la búsqueda de tu yo elevado es común. El uso de plantas de poder, meditación, bineurales en YT, retiros de la ciudad, temazcales, yoga, exaltación de la cultura indígena que no poseemos, sabiduría de yogui, abstención a la masturbación… el método es lo de menos, existe. Y está tan metido en nuestro sistema, que parece imposible darse cuenta lo falso y carente de consciencia social que significa.

¿Pero por qué dices algo así de la búsqueda a la que todos tenemos derecho para crecer como individuos?

Por eso, precisamente. Por la creencia que el crecimiento espiritual está en ti mismo, pequeña bolita ególatra, en lugar de tu alrededor, el mundo en el que vives, las relaciones que haces, la modernidad que desprecias. La miseria de la que quieres alejarte.

Es entendible. En un mundo posmemista mágico, a todos se les antoja encontrar algo más que una jungla de concreto que les rodea; sin embargo, ¿es realmente esta búsqueda una acción de la consciencia o una simple moda impuesta a través de manías de millonarios con mucho tiempo libre?

No es raro encontrarnos con algún amigo, conocido, pariente, tía divorciada, tío todas mías mamador, que nos dice que es importante aprendamos a vibrar alto, a pedirle al universo para que nos conceda; y aún más, en generaciones jóvenes (si es que los cuarentones eternos adolescentes pueden considerarse así) que clasificándose falsamente como ateos, deciden pedirle a la Madre Tierra los favorcitos que los abuelos pedían a San Judas; sin embargo, su paternalismo al querer aconsejar a los demás y su pretensión de superioridad moral no sería en nada agravante de no ser por la alienación que sí, como pueden adivinar, está estrechamente ligada con el Capitalismo.

¡Hey! ¡Pero la búsqueda de tu ser no está ligado a tu clase social!

Error mi querido lector. Lo está. Y eso es algo que puedes comprobar por ti mismo haciendo un análisis de consciencia terrenal, sin hierbas quemadas de por medio.

¿El yoga? Cuesta. ¿El temazcal? Por supuesto. ¿De qué viven los guías espirituales si no es de tu cooperación? ¿Tu retiro espiritual? Probablemente termine en una secta. ¿Y tu amor por la cultura indígena? Tan natural como ser un colono inglés en USA llenando su casa de símbolos cherokee.

La cosa es que, la clase obrera, los campesinos, los de abajo, los jodidos, no tienen tiempo para la búsqueda espiritual. Con jornadas largas de trabajo, cuentas que pagar, un sistema médico mediocre y uno político que mejor ni te cuento, ¿a cuántos les da tiempo para alcanzar la sabiduría? ¿Cuántos, en realidad, pueden cuidar de “su templo” y alcanzar la iluminación? ¿Y cuántos, además, preferirán pasar unas horas meditando cuando el tiempo de sueño está medido por cronómetro de empresa?

La clase obrera, los campesinos, los de abajo, los jodidos, no tienen tiempo para la búsqueda espiritual. ¿Tu amor por la cultura indígena? Tan natural como ser un colono inglés en USA llenando su casa de símbolos cherokee.

No, estimado lector. Tu búsqueda espiritual hablando de las bellezas indígenas y la palabra de unos monjes machistas trepados en una montaña, no te hace más sabio. ¡Ni siquiera más humano! Porque resulta que la humanidad, lo que importa de verdad, está tangible fuera de tu casa cuando decides simplemente pasar al lado de la persona que pide caridad, como si ignorándole pudieras también, borrar su tristeza.

La espiritualidad, hoy, es un negocio. Un nuevo televisor en donde tienes acceso a una forma de liberación que te mantiene lejos de las ideas terrenales, de la miseria, de la tristeza, de los vacíos; un método que solo puede ser alcanzado plenamente por las élites que pueden costearlo, y que además te brinda confort emocional cuando te acuestas por las noches con la creencia que eres una mejor persona. 

Porque todos quieren ser mejor persona; pero aún más, tomar el papel del amo por encima del esclavo, diferenciarnos de esos otros que sirven para ganar elecciones, esa clase baja (porque claro, con celular inteligente, ya somos clase media y nos diferenciamos de los jodidos, wink wink) que nos recuerda no podemos ser felices si no compartimos fotos de las playas que visitamos en nuestro retiro espiritual.

Y es peligroso. Mucho. Porque ahora con acceso a internet puedes ser partícipe de los videos de TikTok de influencers con un sueldo mensual más alto que lo que ganarás en un año, que te enseñarán a vibrar alto, pero sin ser capaz de cuestionar tu papel dentro de la sociedad en la que vives. 

A eso vamos, a un mundo simple. Un lugar donde todos seremos remedos de Buda vestidos de manta, alejados de las penurias terrenales, sin capacidad para enfrentarnos al Sistema que nos regala estos consuelos. ¿Para qué? Si la felicidad está en uno, si toda mi tranquilidad, solo depende del yo.

Así que piénsalo, lector. ¿Realmente tu meta es llegar a ser un bodhisattva moderno cuya única función es compartir secretos para ascender, o realmente buscarás una forma de ser mejor persona a través de la acción social inmediata en el mundo en el que vives? La decisión está en ti…

Y en tu capacidad racional para aceptar lo que el mundo necesita, no es amor, sino justicia.

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