El vestido revolucionario: La hipocresía de la industria, el sistema y la sociedad neoconservadora

 


El día de ayer al abrir mis redes sociales, me encontré con una noticia que, como siempre sucede en Facebook, fue compartida por varios de mis contactos expresando apoyo y/o acuerdo a su naturaleza.

Se trataba de las declaraciones de Billy Porter, artista estadounidense, cantante y actor de teatro en Broadway, que arremetió en contra de la revista Vogue a raíz de una portada que muestra a Harry Styles, cantante, compositor y actor británico, utilizando un vestido. Normalmente, esta clase de publicaciones no es algo que seguiría; sin embargo, los comentarios —más allá de la raíz— en las publicaciones, fue algo que llamó mi atención.

Porter declaró: 

I’m not dragging Harry Styles, but he is the one you’re going to try and use to represent this new conversation? He doesn’t care, he’s just doing it because it’s the thing to do. This is politics for me. This is my life. I had to fight my entire life to get to the place where I could wear a dress to the Oscars and not be gunned down. All he has to do is be white and straight.

A esto, siguieron declaraciones de la generación más woke que nunca pueden faltar en internet, en donde lo apoyaban al artista por, efectivamente, iniciar con la conversación de la moda no binaria y género fluido, como si antes de él no hubieran artistas como Freddie Mercury, David Bowie, Kurt Cobain, Prince; o más importante aún por si ser un ícono de inspiración al movimiento LGTB: Marsha P. Johnson. A este punto, debo decir, podría haber dejado pasar la conversación; sin embargo, hubo una parte en la publicación compartida que me hizo especial click y me motivó a escribir este artículo, y fue el nombramiento de Porter a sí mismo al llamarse: revolucionario.

Revolucionario. Como si recibir caricias en el lomito de parte de una industria que es parte del Sistema, pudiera ser considerado de esa forma.

Iniciemos por partes. En primer lugar, el nombramiento de esta moda bigénero o género fluido que hoy parece causar tantas rozaduras. Como feminista radical, debo señalar que yo misma no estoy a favor de esta clase de términos por algo simple: las feministas radicales abogamos que el género es un conjunto de normas sociales y de comportamiento impuestas a hombres y mujeres con base a su sexo biológico; algo que va ligado a la idea de la maternidad forzada, el comportamiento emocional, y la idea general de la mística femenina; por tanto, como muchas de mis compañeras, estoy a favor de la abolición del género, lo cual implica que no debe existir una regla o normativa impuesta que señale las diferencias entre hombres y mujeres con base a su ropa o comporrtamiento.

Por supuesto, dicha declaratoria puede y es utilizada en contra de las feministas radicales, llamándonos TERF (el nuevo “feminazi” en contra de las mujeres), que no son más que las siglas de Trans-Exclusionary Radical Feminist; una denominación bastante absurda dado que, la mayoría de las personas que usan este término, no se orientan primero para entender, las feministas radicales damos un especial valor a los hombres trans, mismos que irónicamente, no suelen estar en el centro de las conversaciones transactivistas. ¿Cuántas veces hemos visto publicaciones de nuestros más despiertos contactos que afirman que las mujeres trans son mujeres, y cuántas veces hemos visto publicaciones que afirmen los hombres trans son hombres? La diferencia, es materia de análisis.

Siguiendo con esta línea, podemos afirmar que las feministas radicales, al no estar a favor de la imposición del género, no consideramos que utilizar una prenda o tener cierto comportamiento, llevará a alguien a ser “transgénero”; dado que como tal, género —diferente a sexo biológico—, es un abstracto completamente subjetivo que depende del entorno como para catalogarse como un vector medible. Esto quiere decir que, una persona puede hacer uso de su expresión de género como más le apetezca, sin que algo parecido se relacione con su sexualidad.

Existen hombres, completamente heterosexuales, a los cuales les gusta utilizar faldas, vestidos, tacones y maquillaje; de la misma forma que hay mujeres heterosexuales que no tienen inclinación a este tipo de expresión; por el simple hecho que, una falda, un vestido, unos tacones o el maquillaje, no representa, ni de cerca ni de lejos, lo que significa ser mujer; por tanto, declararse como alguien transgresor por utilizar indumentaria que el Sistema ha declarado como parte de un género, no es revolucionario, es gusto personal. 

Una falda es solo una falda. Y mientras no se vea de esta forma, toda la lucha de millones de mujeres en el mundo (no una minoría, sino más del 50% de la población mundial), será ignorada en voz de nuevas voces minoritarias que si bien, merecen todos los derechos que les corresponden como seres humanos, no pueden, ni deben, obstaculizar nuestra lucha.

Una falda, un vestido, unos tacones o el maquillaje, no representa, ni de cerca ni de lejos, lo que significa ser mujer; por tanto, declararse como alguien transgresor por utilizar indumentaria que el Sistema ha declarado como parte de un género, no es revolucionario, es gusto personal.

Harry Styles puede ser un hombre heterosexual (algo que tomo de las declaraciones de Porter, no como afirmación) y utilizar todas las faldas y vestidos que desee; pues finalmente, esa falda o vestido, es solo un trapo más que decide utilizar para vestir y que no representa de ninguna forma, la lucha de una comunidad o, peor aún, la representación del colectivo homosexual; puesto que para vestir de esa forma, no se está obligado a tener una inclinación sexual especial, solo simple gusto por la moda. El género no es una identidad, es un conjunto de normas, estereotipos y roles impuestos en función del sexo, un instrumento que favorece y perpetúa la situación de subordinación en la que nos encontramos las mujeres.

¿Harry Styles tiene beneficios por ser un hombre blanco? Sí; pero Billy Porter, también; porque sin importar su inclinación sexual, e incluso su raza, sigue siendo hombre. El privilegio Cis no existe, el privilegio del hombre, sí.

El segundo punto, y que considero de especial valor para representar mi incomodidad con la declaración, es el movimiento “revolucionario” que aspira a tener la aprobación del Sistema y de la Industria, cuando por sola definición, algo parecido es irreconciliable. Recordemos como hace un par de años se dio una situación parecida, cuando Victoria Volkóva, modelo transfemenina mexicana, posó en la revista Playboy, catalogándolo como un “triunfo” a la comunidad; una afirmación que por supuesto, despertó la crítica de las feministas que, durante años, hemos luchado en contra de la sexualización y la exposición de nuestros cuerpos como mercancía de consumo.

Que la industria, siendo parte del Sistema, apoye y de sobadas de lomito a personas que pueden permitirse gastar miles de dólares en un vestuario, no es ninguna victoria; tampoco una posición revolucionaria; si acaso, una reafirmación a cómo es capaz de adoptar las luchas minoritarias, ponerles glitter para aumentar el glamour, y venderlas a los consumidores para elevar los costos.

En México, a no ir más lejos, podemos visitar cualquier casa de migrantes en donde se comprueba que el colectivo trans es de los más vulnerados; y aunque no es mi posición, como mujer nacida, representarlos; si me produce molestar y me ofende, que su lucha y sufrimiento diario, sea trivializado en algo tan banal como la portada de una revista que se ha encargado de vender un modelo de belleza y de sofisticación que el 70% de la población mundial (siendo amables y no hablando de un 90%), no puede alcanzar.

La idea ingenua que la industria es un representante artístico de las comunidades más vulneradas, solo reafirma la nula consciencia de clase de aquellos que consideran que la ropa que usan, tiene alguna clase de simbolismo en un mundo en donde el que no tiene una cuenta bancaria con muchos ceros, es nada.

En tercer lugar, y probablemente lo que causa mi mayor indignación con esta publicación, recae en la importancia que se le da a un hombre que quiere ser la portada de Vogue, revistiéndose con autoridad moral y con verdad absoluta, cuando a través de las publicaciones podemos notar lo poco que realmente se encuentra la población a favor de la inclusión, dejándose llevar solo por la tendencia y la moda; por conflictos de la gente siendo parte del sistema, no nos representa de ninguna forma; algo que puede comprobarse de forma simple a través de las mismas publicaciones de redes sociales.

Dos días antes de las declaraciones de Porter, la modelo oaxaqueña Karen Vega, que también ha sido portada de Vogue, también se convirtió en noticia; sin embargo, no hay publicaciones relativas a cómo la inclusión ha llevado a cambiar el estereotipo de belleza caucásica en contraste con la indignación que ha causado la falta de portada de un hombre afrodescendiente en Vogue, cuando Karen también sufre de opresión por raza y más aún, es una representante de la diversidad étnica en México.

Toda esta perspectiva, es la que me ha llevado a escribir este artículo, no como un ataque a ninguna comunidad o los artistas mencionados, sino como una forma de reflexión que espero, a usted, lector, también le haga cuestionarse lo mucho que estamos influidos por los medios y por el Sistema, que pretende reducir nuestra capacidad crítica y cognitiva a botones de compartir en las redes. Finalmente, es nuestra obligación ir más allá de lo se nos presenta; recordando que el objetivo final de cualquier lucha revolucionaria, no es convertirse en el amo sobre el esclavo, sino liberarnos —y liberar a otros en el proceso— de las cadenas que nos han impuestos desde el día de nuestro nacimiento.

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