¿Qué es la meritocracia literaria?

meritocracia espermatozoide

Seguro que ya sabes lo que es la meritocracia. Su origen etimológico viene del  latín merĭtum que significa "debida recompensa", y de mereri que se entiende como "merecer"; el bien conocido sufijo cracia que viene del griego krátos que significa "poder" o "gobierno"; y el siguiente sufijo ia que aporta el significado "cualidad". 

La palabra meritocracia tiene una connotación amplia (la palabra no tiene la culpa, hasta puede ser amable), pues no se reduce a la definición literal del poder del mérito, sino que ha sido apropiada por un discurso falaz, en el cual se declara que las personas obtienen lo que merecen (mereri) gracias a su esfuerzo (merĭtum), y por ello se posicionan en un nivel alto de reconocimiento (krátos) y son gente ejemplar a los demás, que deberían darse cuenta de que todo se puede echándole muchas ganas. 

Las personas que no se dan cuenta que en la vida están a menudo en una competencia donde el punto de arranque no es justo, y otros tienen kilómetros y kilómetros de ventaja desde su inicio, tienden a generar sentimientos de culpa cuando hacen caso o se dejan envolver por ese discurso falaz y no logran ningún "éxito". Puede surgir mucha frustración, depresión e incluso puede ser el motivo de algunos suicidios (en sentido literal y existencial).


A pesar de su desprestigio 

«El pobre es pobre porque quiere», vaya frase tan absurda que cada vez refleja mayor ignorancia, porque gran parte de la sociedad está entendiendo, por lo menos a grandes rasgos, que la pobreza y la riqueza no pueden ser cien por ciento cuestiones de voluntad personal. Sin embargo, aún existe gente que defiende esa idea meritocrática. Es curioso que, del mismo modo, esta idea ocurre en el ámbito de la creación literaria. 

Hace como un par de años comencé a usar una expresión para definir resumidamente un fenómeno muy común entre los escritores mexicanos, en particular, los independientes y los emergentes. He estado usando la expresión «meritocracia literaria». Me di cuenta que el mérito (asociado más que nada con los premios) y el poder que da el mérito se impregnan, en diferentes formas y medidas, en la percepción colectiva de los autores de literatura. Lo cual ocasiona una insistente recurrencia en la falacia de autoridad y autores frustrados o autosubestimados.  

En paralelo, es habitual que la gente de derecha y los libertarios crean en la meritocracia, en términos de movilidad social; a menudo defienden que entre más le eches ganas y te esfuerces, más lejos llegarás y abrazarás el éxito; y, también es común ver entre quienes "argumentan" esto, que tienen una gran admiración a grandes empresarios, mayormente millonarios, por haber construido su fortuna mediante su propio esfuerzo. Suponen. Pero es fácil, con un poco de asomo, darnos cuenta que la gran mayoría de las veces esas fortunas no llegan por esfuerzo, y no hay mérito que defender ni mucho menos admirar. Lo mismo pasa con muchos escritores, admiran "el esfuerzo" de otros que tienen "éxito". Entrecomillo la palabra éxito por el mero hecho de que no cuenta con un solo significado y que puede ser vista de manera muy subjetiva. 

Esta admiración de los escritores "sin méritos" hacia los escritores premiados, como ya comenté, genera una insistente recurrencia a la falacia de autoridad, puesto que dichos escritores premiados tienden a percibirse como "vacas sagradas", como seres que lo han hecho todo (creativa-literariamente hablando) casi a la perfección, y por ende, habrá que hacerles caso ante cualquiera de sus opiniones y criterios, aun cuando no digan nada y sea solo su ejemplo literario el que deba de ser seguido por los "emergentes". Entrecomillo la palabra emergentes por el mero hecho de que no cuenta con un solo significado y que puede ser vista de manera muy subjetiva. 


Mi humilde criterio (y experiencia)

He desarrollado mi criterio, siendo sincero, primero porque sí, es casi inherente a mi persona; segundo, porque sí también, por accidente tal vez y con base a la comprobación empírica involuntaria, y sobre todo a la observación constante y la constante reflexión profunda. 

Con la intención de promover la literatura local realicé eventos de lecturas de poesía con invitados o de micrófono abierto en cafeterías, bares y cafebrerías, en tales eventos a veces incluía concursos con aplausometro (el público asistente aplaudía al participante cuya propuesta más les gustaba) o jurado. A los ganadores, el recinto anfitrión o el co-organizador del evento les regalaba ya sea una botella de vino, un descuento en su consumo o algo por el estilo, y nunca faltaba que les diéramos un reconocimiento impreso, ah, y la foto que se subía a redes sociales. Esta atención los elevaba y los hacía sentir muy bien, muy contentos. 

Lo interesante era lo que venía después. Me encontraba con que algunos subían a su Facebook dicha experiencia, de haber sido reconocidos con un papel impreso, o incluso por el simple hecho de haber estado en un mini-escenario usando un micrófono y siendo vistos con atención por los demás clientes... como si fuera un logro excepcional. Los likes, los comentarios. Me daba tanta curiosidad, cómo a veces sus contactos los felicitaban como si se hubieran ganado un Oscar. Y no, por supuesto que no me estoy burlando. Lo único que estoy diciendo, es que me percaté de cuánto es el poder de la percepción según se utilicen ciertos elementos básicos. 

Desmenuzo un poco. Detrás del reconocimiento que se les daba o el aplauso, y la foto, no había más que dos o tres personas normalitas organizando un evento. Y el reconocimiento impreso, era previamente impreso en una papelería cualquiera, era diseñado en Word, y su entrega no tenía mayor criterio que destacar entre un grupo relativamente pequeño de participantes. 

El poder de la percepción de los ganadores de esos concursos de ocasión consistía entonces en elementos tan simples como: 

-Caerle bien al público (o llevar más acompañantes que los demás)

-Recibir un papel previamente impreso en cualquier papelería 

-Haber sido fotografiado por otro asistente o algún fotógrafo curioso 

¿Quiénes originábamos esa sensación de triunfo? La respuesta tiene implícitas: subjetividad, casualidad y percepción. 

De manera que mi criterio con base a dichas "competencias" se resumió así: subjetividad, casualidad y, especialmente, percepción. 


Extrapolando de la cafebrería a "la institucionalidad" 

En primer lugar, ¿qué es una institución? ¿Cómo se forma? Si quieres googléalo o razónalo y aquí te espero. 

Ahora que estamos de acuerdo que una institución está formada por seres humanos, podríamos estar de acuerdo también, si quieres, que la palabra subjetividad siempre estará implícita y nunca podrá zafarse de las instituciones, aun cuando hablemos de consensos. La democracia suele ser fallida en las naciones, y aunque democracia no es lo mismo que consenso, la menciono porque, de cierta manera se parecen. En la democracia basta que esté de acuerdo la mayoría, en el consenso se espera que todos estén de acuerdo. En una institución es más fácil llegar a un consenso, que en un país. Es más fácil porque el grupo de personas es reducido. 

Ahora bien, si una democracia falla, por elecciones equivocadas, ¿qué libra a un consenso institucional de hacerlo? ¿La menor probabilidad de error porque son, casi siempre, personas de criterios afines? Tal como colectivamente en un país se puede caer en la falacia ad populum, en una institución se puede caer en sesgos de percepción por afinidad de criterios. 

Así que tres personas organizando eventos en una cafebrería podrían asemejarse a seis personas dirigiendo una institución. Así como mis aliados y yo elevamos la autoestima de algunos por el uso de ciertos elementos básicos, así también una institución, relacionada con la literatura, con sus propios criterios puede elevar la autoestima de ciertos autores, y tal vez provocar, seguro que sin intención, que esos autores se sientan dueños de méritos excepcionales, realmente sobresalientes. 

Ese efecto es peor cuando hablamos de favorecidos, de nepotismo, porque también ocurre. Tal como en el caso de los juniors empresarios fresas (forma mexicana de decirle a los hijos de personas con alta solvencia económica), que a veces creen que están "saliendo adelante" gracias a su propio esfuerzo, sin darse cuenta de lo obvio, de que están siendo favorecidos, afortunados, y lo raro sería que no "triunfaran", así le pasa a ciertos autores favorecidos, a pesar de lo obvio, se la creen, se creen que son extraordinarios. 


El efecto discriminatorio de la meritocracia literaria 

Ya sea por casualidad, por subjetividad o porque se compitió entre poquitos, o porque fueron favorecidos, existen autores cuyos méritos no lo son realmente. Sin embargo, el poder de la percepción no solo los posiciona en el privilegio y les otorga autoridad para los bajitos de autoestima, sino que genera un efecto discriminatorio: aquellos autores cuyos méritos sí existen, al no ser reconocidos o premiados por una institución humana, no solo pueden no contar con el respeto de otros autores, sino incluso ser ninguneados. 

En alguna ocasión un locutor de radio entrevistaba a dos autores, uno independiente y "emergente" local y el otro multipremiado a nivel nacional. El primero tuvo una atención casi por obligada educación ante su presencia, el segundo fue bombardeado de preguntas interesantes. Lo curioso es que la propuesta literaria del multipremiado era en exceso cursi, empalagosa, si bien es cierto que no abusaba de los lugares comunes, tampoco proponía mucho; era fácil de deducir que, si algo le habrían premiado, era su forma de escribir, más no el fondo de lo que escribía. No decía nada, pero esa nada que decía, la escribía correctamente. Ocurría que ese autor no tenía mucho que decir porque su vida era sencilla, fluía en los privilegios y la comodidad. Mientras que el otro autor provenía de la dificultad y su discurso literario era genial. 

Con el paso del tiempo, el autor multipremiado siguió siendo aplaudido por ciertos círculos reducidos de méritodependientes (que infantilmente se enorgullecen cuando son llamados elitistas) y gente con complejo de reconocimiento, mientras que el otro autor, mediante el buen uso de Internet, logró que su obra circulara internacionalmente. Lo malo es que, con el paso del tiempo, ese crecimiento por medios digitales, se volvió otro tipo de meritocracia ególatra. 

Por ello, ese autor de "triunfo" digital, comenzó a ver como contraposición al de "triunfo" institucional, pero ambos no miraban para abajo a propuestas que valían mucho más la pena que la de ellos. Resulta que el poder de la percepción puede obtenerse mediante ciertas estrategias digitales, y puede resultar hasta mayor que el poder de la percepción proveniente de las instituciones, pues estamos en tiempos donde la popularidad es un "argumento" de calidad. El institucional "argumenta" con la falacia ad verecundiam, y el digital con la falacia ad populum, defendiendo que son autores importantes. Pero, ¿qué es lo importante?


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4 Comentarios

  1. Wow. Qué artículo tan bueno y tan necesario. Es verdad que existe esta meritocracia en donde se hace de lado a autores con buenas ideas y propuestas en pos de aquellos que pueden tener mayor seguimiento. Las editoriales lo hacen buscando aquellos con buen número de seguidores que van a consumir el producto, lo cual se entiende como empresa que busca vender; pero deja de lado a aquellos que pueden aportar algo socialmente. La cultura, por desgracia, también es vista como un negocio, y lo que se busca es que genere ingresos. Estamos faltos de lugares en los cuales esta meritocracia no sea una vara para juzgar al autor y así diversificar los objetivos de lo que consumimos.

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  2. Efectivamente #sinkuerda, lo complicado es ¿cómo hacerlo?

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  3. Respuestas
    1. Elizabeth, así es, tienes razón. Oye, ¿eres bloguera?

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