Tímidos e introvertidos frente a la socialización de diciembre


A lo largo de mi vida he conocido, y creo que tú también, a personas que prefieren no socializar en diciembre (o tal vez nunca, pero especialmente en diciembre); puede ser que manifiesten como una fobia o como una alergia social, o sencillamente disgusto ante la idea de tener que asistir a convivios familiares o entre amigos o entre compañeros de trabajo. 

A menudo se piensa que ese tipo de personas son antisociales (pues aún se confunde la palabra con asociales), o se piensa que son asociales. A veces se les compara con el famoso personaje El Grinch o se les categoriza de cualquier forma ocurrente según la perspectiva, pero con el común denominador de que, en diciembre, sea por la razón o motivo que sea, se debe reunir uno con los demás para convivir. La pregunta es: ¿qué es convivir? 

Esta observación solía efectuarla de manera difusa, pero ahora que soy bastante adulto y tengo mucha mayor oportunidad de retrospectiva, puedo observar un poco mejor.
 

Detectando el problema

Tuve la fortuna, que hace algún tiempo consideraría lo contrario, casi una desgracia, de pertenecer a una religión dogmática durante mi infancia y adolescencia. Digo fortuna por la dicha que tengo ahora de no pertenecer más, pues de continuar ahí no me sentiría afortunado. La fortuna consiste en el aprendizaje y en una capacidad de profundización adquirida accidentadamente ahí en esa fábrica de inconsistencias, que me llevaron a una introspección persistente y a una búsqueda caótica y a la vez excitante. 

En esa burbuja en la que viví mi infancia y adolescencia se prohibía celebrar lo que denominan fiestas paganas, como la navidad, las posadas, el año nuevo y todo aquello que se le relacione. De manera que, para una persona como yo, que, aunque puedo ser extrovertido en casos específicos, la verdad es que usualmente soy introvertido e incluso llegué a ser tímido, esa prohibición era un alivio, pues encontraba un “argumento” religioso (que aseguraba era bíblico) que justificaba mi no-socialización de fin de año. 

Pero como dije, para bien y para mal, salí de la burbuja siendo adulto. Sin embargo, aún conservé durante algunos años lo que consideraba “argumentos bíblicos”. Luego comencé a prescindir de la concepción de autoridad de la Biblia, quizás era un agnóstico de clóset. Después encontré el buen pretexto del anti-capitalismo y me posicioné como ajeno a celebraciones que propiciaban el comportamiento consumista masivo. Pero la mera verdad es que todas mis evasiones a las invitaciones no tenían ideología ni argumentos relacionados con ofender al Creador o algo por el estilo. La verdad es que simple y sencillamente nunca me había gustado convivir con la gente. 

Más allá de la evidente hipocresía que suele manifestarse en fechas decembrinas, comencé a observar cuál era quizás una de las principales razones de mi rechazo a la convivencia. Me di cuenta porque comencé a esforzarme por ser más abierto, por tener mayor diversidad en mis tipos de amistades, y todo eso… y entonces hasta comencé a socializar un poco más, pero a menudo prefería algún motivo, algún tema o propósito de convivencia. Hasta hace poco que incluso me atreví a asistir a las famosas posadas. 

Mi arrepentimiento de haberme quitado el no de la boca como respuesta automática a las invitaciones de posadas (en México tiene significado múltiple por lo visto, pero coincide con ser precisamente convivencia) ha sido grande. Y a la misma vez no. Tal como mi salida de la burbuja dogmática, encuentro en estas experiencias un resultado ambivalente: el mal sabor de boca y la nueva profundización.
 
Efectivamente, los introvertidos y los tímidos a veces cuentan con, digamos, una intuición protectora. En las convivencias dadas en diciembre la gente suele estar eufórica, y viene de una “liberación” pos-esclavitud laboral. Hay un resentimiento no identificado como tal, generado por las situaciones negativas de diferentes niveles que se acumulan a lo largo del año. 

Por esta razón su libertad de expresión es utilizada con una conciencia atrofiada por culpa de su realidad mallugante. Sus voces están mermadas y buscan, sin darse cuenta, que la energía de malestar no identificado tenga una escapatoria. Y la encuentran en la charla que, qué bueno fuera si fuera solamente trivial, pero que no es solo trivial, sino que suele ser cargada precisamente de ese malestar no identificado, mediante chisme, chistes ofensivos o “aprovechar para decir la verdad”, “ser sinceros” y perjuicios por el estilo. 

Es decir, el introvertido vierte cauteloso su expresión; el tímido ni siquiera sabe cómo, pero la gente extrovertida (sin generalizar) y la gente “normal” a menudo se expresa sin cautela, sin moderación, y, por el contrario, como comento en el párrafo anterior, utilizan esos momentos decembrinos de “socialización” como una escapatoria de la negatividad con la que lidian por dentro, a menudo sin siquiera enterarse de ello. Se hieren los unos a los otros, sin siquiera percibir cómo se lastiman sus almas mediante palabras irreflexivas y fáciles. Y este hecho nos lleva a otra observación. 

La triste realidad de no saber platicar

En dichas convivencias la comunicación agradable no existe, no existe la comunicación sana y edificante. Lo que existe es una comunicación destructiva entre los que interactúan, es decir, entre los que pueden platicar con voz alta, suficientemente audible. Pero sabemos que casi todo tímido e introvertido no suele tener suficiente sonido de voz dentro de un grupo de gente cuando no hay orden, programa o algún tipo de estructura conversacional o dialéctica. La gente “normal” piensa que una charla “normal” es encimarse en la participación del interlocutor, y un introvertido y peor todavía, un tímido, no funcionan así. 



Suele suceder que el introvertido y el tímido son personas educadas, el primero no quiere interrumpir, el segundo ni siquiera sabría como hacerlo y le da hasta miedo enfrentarse a la comunicación interpersonal. Así que la observación de la cual estoy hablando es sobre que no se sabe platicar. Así es, es una observación simple: la gente no sabe platicar. 

No le dan el derecho de la palabra a los tímidos e introvertidos, estos tendrían que adaptarse a los demás, a sus dinámicas conversacionales, o quedarse invisibilizados y sonreír y decir una que otra trivialidad para demostrar su desapercibida presencia. Los tímidos e introvertidos a menudo ya están acostumbrados a la incomodidad de pasar desapercibidos, es una incomodidad con la que pueden lidiar.

Pero a veces, y sobre todo en diciembre, por lo que he venido diciendo sobre todo en los últimos párrafos de este texto, la incomodidad crece mucho más, cuando el tímido o el introvertido dejan de pasar desapercibidas, pero no para bien, sino para mal. 

Tímidos e introvertidos: blanco fácil de los acomplejados 

A veces son el blanco fácil para que los “normales” cargados de negatividades no reconocidas se descarguen un poco o un mucho. Bromean con los tímidos e introvertidos supuestamente integrándolos a la charla, pero haciéndolo de una manera áspera, mediante un maltrato disfrazado de humor y de “tomarlos en cuenta”. Así que si tengo que simplificarlo: se trata de dos problemas a menudo mezclados, uno es que la gente no sabe platicar y otro es que, además de que no sabe platicar, existe una carga negativa en la gente que sale durante la convivencia. 

Por eso a los tímidos e introvertidos suele parecerles indeseable la idea de convivir en diciembre, porque aparte de que no les dan la palabra por tener dinámicas conversacionales “divertidas”, aparte de eso, llegan a ser utilizados como medios de descarga de malestar interior personal de los “normales”.

Esto de no saber platicar es algo que ciertamente me da tristeza, si bien ya me abstengo de declararme apologista de las religiones, lo cierto es que en varias de ellas, sea sincera o incluso hipócrita o forzadamente, su gente intenta escuchar al prójimo, conversar con atención, tener una verdadera comunicación o intentar tenerla, prestando oído a lo que puedan platicar a su ritmo, forma y naturalidad los tímidos e introvertidos. 

Concluyo diciéndote que si tú eres una persona “normal”, extrovertida o que le guste socializar, no hagas sentir obligado nunca a ningún introvertido o tímido a convivir contigo y tu grupo, a menos que de verdad lo aprecies y quieras compartir un momento especial con él o ella, pero de ser el caso debes ser congruente, si quieres convivir con una persona introvertida o tímida tienes que entender que funcionan de manera diferente, dales su turno de hablar, presta atención, y no los uses para hacerte el gracioso ofendiéndolos. 

Ten en cuenta que es posible que andes cargado de malestar o que incluso tengas algún complejo de inferioridad que busque disiparse, aunque sea brevemente, trasladando tu sensación oculta de inferioridad o falta de autoestima por culpa de otros a alguien que consideres más indefenso que tú. 

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